Una vez un tipo me dijo: «Deja de hablar por los demás». Esa frase, lanzada de aquella manera tan inocente y en aquella circunstancia tan cotidiana (tomaba una caña y aquel tipo me la servía), cambió, en parte, el foco de visión de todo mi mundo. La universidad era, por entonces, el final de todas mis rutas y el principio de casi cualquier idea que rondaba mi cabeza. Como decía Aristóteles, como decía Pedro Calderón de la Barca, como decía Rousseau, como decía Winston Churchill y, por qué no, como diría Joaquín Sabina, suponían el comienzo del interminable rosario de argumentos del que me valía para enfrentarme a las largas conversaciones de cafetería y pasillo con los compañeros. Eran otros tiempos, siempre desde el límite más cercano de la nostalgia, ya que, allá por 2004,
la vida transcurría de otra manera.
En el ahora, casi tres olimpiadas más tarde, dos fracasos amorosos y media crisis (rezo porque ya estemos en el ojo del huracán), las cosas han cambiado. Hemos sido testigos del nacimiento de nuevos medios y plataformas online: Facebook, Twitter o Linkedin son sólo algunos de los ejemplos de esta tecnología que se ha integrado en el día a día de un ciudadano que se encuentra permanentemente conectado.Así como en otra época que parece ya remota, el teléfono móvil, o buscando en el pleistoceno tecnológico, los primeros ordenadores personales, supusieron una poderosa revolución, las redes sociales se erigen ahora como herramientas extremadamente poderosas.
Quizás la intuición es capaz de aportarnos esas pinceladas sobre la realidad vivida en el instante, pero sólo la distancia nos ofrece la certeza de la misma; cuestión de tiempo. Y ahora, cual Chronos, contemplo desde este trono fugaz, cómo hemos llegado hasta aquí. Observo en qué nos hemos convertido y cómo las redes sociales corrigen el rumbo del mundo constantemente. Sin ánimo de demonizar a éstas, sino todo lo contrario, sí me gustaría dotarlas del valor que actualmente acuñan y merecen ya que se han convertido sin lugar a dudas en una de las principales vías para crear corrientes de opinión, debates, movimientos sociales o incluso, lo estamos viendo, auténticas revoluciones en las calles.
A modo de ejemplo práctico, contamos con dos situaciones que seguro todos recordarán: Principios de 2004. 13 de marzo. Mensajes de Texto SMS «Pásalo». Calle Génova; Mayo de 2011. Redes Sociales. Movimiento 15-M. Puerta del Sol. Y un denominador común: la tecnología. Desde el primer acontecimiento, hasta el más cercano a nuestros días, dista un abismo, donde el mensaje es sinónimo pero el medio no. El uno, utiliza un sistema unidireccional donde recogemos un emisor y un receptor. El otro, un único emisor, conecta con un gran número de receptores. ¿Adivinan qué movimiento alcanzó a un mayor número de público? Lejos de valorar el qué, el cómo, el por qué y el para qué de dichos hitos, históricos por otra parte, centremos el objetivo en el fenómeno en sí: ¿Son las redes sociales prescriptoras ideológicas? Definitivamente sí.
Herramientas, que en un principio nacieron con la intención de crear redes interpersonales entre estudiantes universitarios como Facebook o proyectos de comunicación interna como Twitter, han adquirido nuevas dimensiones. Gracias a sus sencillas interfaces, al alcance de cualquier usuario medio con conexión a internet, han posibilitado su desarrollo y se han convertido en poderosas plataformas donde «casi» cualquier cosa es posible. Lo simple, al fin y al cabo, al igual que nuestro idioma, compuesto por 27 caracteres y dependiendo del orden de sus elementos, es capaz de formar con igual facilidad «guerra» o «paz».
Tan importante es saber respetar el orden como conocer las normas del juego. Identificamos tres elementos que actualmente interactúan en esta nueva dimensión comunicativa en la que estamos inmersos: los medios tradicionales, los líderes de opinión y el ciudadano. El flujo comunicativo ha cambiado y la información tiene como epicentro cada uno de los elementos anteriormente citados convirtiéndose éstos en emisores y receptores. Bien sea mediante los canales tradicionales o a través de las nuevas plataformas personales o blogs, la información circula libremente, convirtiendo en prescriptor ideológico a cualquiera de ellos.
Es por ello, que ahora me pregunto, si lo que antes me dijo aquel camarero sobre «hablar por los demás», se traduciría ahora en «pensar por los demás». Saquen ustedes sus propias conclusiones.
Por cierto, aquel tipo llamado Luis, es mi barman de cabecera: «Luis, otra cervecita por favor».
Por David Orea Arribas, Consultor en Comunicación, Prensa y Social Media de IOMarketing
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